martes, 1 de febrero de 2022

131020

No había nada más, ni un hilo suelto del que tirar, me pasaba horas buscando algo a lo que aferrarme para seguir en aquella lucha constante. Recorría constantemente los rincones de mi memoria donde aun eramos felices, y de repente, como el puto anuncio de Spotify que te jode esa lista de reproducción perfecta para ese momento de chillin’ máximo, venia agolpado todo lo insalvable, lo oscuro, lo negro, lo que no debería ni contarse. No había Marie Kondo que arreglara el puto desastre que se había convertido mi vida por el desagradable influjo de la tuya. Aquella noche me fui a dormir, sin demasiado dolor, con la neutralidad y desasosiego que significaba tener un buen día en aquella batalla. Dormí, y por aquel entonces, mi móvil reposaba cada noche en la mesilla y en sonido. No había tarifas de datos, lo nuestro era mas rústico, más millenial, nosotros nos gastabamos nuestros buenos euros en sms, reduciendo el “quedamos” por “kdms” todo lo reduciamos, menos los te quieros, creiamos que escribir la ocho letras aumentaba el significado. Hacía años que no me ponias ni un triste tq. Me dormí fácil, confiando mi vida al subsconciente, donde la cosas podían salir muy bien, o ser un bucle intensificado de mi propia realidad. Dormí tranquila. El telefono, que había dejado cuatro horas antes en la mesilla sonó, sonó fuerte, sonó amenazante, y yo descolgué sin ubicarme aun en el mundo. Al otro lado estaba tu voz. Debajo de mi ventana estaba tu voz. Los siete kilometros, con el frio de diciembre, con el nudo en el estomago, sin saber que iba a pasar cuando por fin alcanzaras mi calle, te plantaras en mi portal y yo descolgara el telefono. ¿Y si no descolgaba? Tus lágrimas y suplicas, y la autodeterminación de una mujer fustigada. “Vuelve a tu casa y dejame dormir” El amor no siempre es suficiente. No me quieras mucho, quiereme mejor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario